El sistema educativo para niños que no existen, y la semilla que mi mamá plantó
A veces pienso que el sistema educativo está diseñado para niños que no existen. Hablamos de un sistema educativo que mide el aprendizaje por horas, tareas y pruebas… cuando en realidad cada niño aprende desde un lugar distinto, a un ritmo distinto, con una curiosidad distinta.
El modelo educativo tradicional, centrado en cumplir un currículo estandarizado, no responde a las verdaderas necesidades de todos los estudiantes, Y quienes más lo sienten son los niños con altas capacidades intelectuales.
Crecí observando la educación desde adentro. Mi mamá es docente, Licenciada en Educación, Magister en Gerencia Educativa, Especialista en Supervisión Educativa. Una mujer increíblemente dedicada, sabía, estudiada, con más de treinta años de experiencia en aulas de primer grado. Pasó su vida profesional rodeada de niños de seis y siete años, enseñándoles a leer, a escribir, a creer en sí mismos. Recuerdo verla preparar material, inventar dinámicas, pensar en estrategias para que todos entendieran. No enseñaba por cumplir. Hay que saber cuándo un niño se desconecta, cuándo algo lo aburre, cuándo necesita más. Gracias a ella, aprendí que enseñar no es repetir contenidos.
Crecí en un hogar donde mis ideas eran bienvenidas, donde el aprendizaje no era una obligación, sino una aventura y una responsabilidad. Me apoyaron cuando cambié de carrera, todas las veces que decidí emprender, incluso cuando tomé caminos que parecían no tener sentido a primera vista. Siempre hubo confianza. Y esa confianza, ese respeto por el ritmo y la forma única de aprender, fue la semilla. Esa confianza me marcó profundamente. Creo que por eso, cuando llegó Thomas, pude reconocer lo que estaba pasando.
El niño que describían en la escuela, no era el mismo que yo tenía en casa. Nosotros veíamos claramente sus intereses, su forma de aprender, sus momentos de calma y de intensidad. En casa no había un programa que cumplir, sino un niño que observar.
Vi cómo conectaba ideas a una velocidad asombrosa, cómo podía recordar información compleja, formular preguntas profundas y, al mismo tiempo, frustrarse ante el ruido, la ropa o los cambios inesperados. Esa combinación maravillosa de brillantez y sensibilidad
Creo que fue ese equilibrio entre lo que aprendí de ella, la semilla que mi mamá plantó, y lo que viví con él lo que nos permitió actuar a tiempo.
Pedir ayuda.
Buscar respuestas.
Nombrar lo que pasaba, sin miedo ni culpa.
Reconocer no es etiquetar: es comprender. Y comprender a tiempo puede cambiarlo todo.
Los padres confiamos en los docentes como nuestros aliados más cercanos.
Pero si el sistema no les brinda formación ni herramientas para reconocer y acompañar adecuadamente a estos niños, son ellos…los niños, quienes terminan pagando el precio.
Aburrimiento.
Ansiedad.
Pérdida de autoestima.
Y en muchos casos, rechazo escolar.
Está demostrado que los niños con Altas Capacidades Intelectuales dominan los contenidos académicos mucho antes y con mayor profundidad que sus pares.
Según estudios de Silverman (2013) y de la National Association for Gifted Children (NAGC), los estudiantes con altas capacidades aprenden entre tres y cinco veces más rápido que el promedio. Y cuando se les obliga a seguir el ritmo del currículo común, la consecuencia es predecible: desinterés, frustración y una pérdida progresiva del amor por aprender.
El Renzulli Center de la Universidad de Yale (2018) advierte que la falta de adaptación curricular puede generar bajo rendimiento aparente, desmotivación y problemas emocionales en los estudiantes 2e (doblemente excepcionales), a pesar de su alto potencial cognitivo.
No porque no quieran aprender, sino porque necesitan aprender distinto.
Porque el aprendizaje, para ellos, no es lineal: es profundo, acelerado, emocional.
Necesitamos un sistema que se atreva a mirar más allá del promedio.
Que entienda que la equidad no significa enseñar lo mismo a todos, sino ofrecer a cada uno lo que necesita para desarrollarse plenamente.
Y mientras ese cambio llega, los padres seguiremos observando, aprendiendo y levantando la voz.
Porque cuando el sistema no ve lo que brilla, somos nosotros quienes debemos encender la luz.
Dicho de otra forma: un niño que podría brillar termina apagándose porque su propio entorno no logra verlo.
Hoy agradezco haber tenido una maestra en casa. Gracias a eso, cuando llegó el momento de acompañar a Thomas, pudimos mirar distinto.
La semilla que mi mamá plantó…
Creció en mí.
Y hoy florece en él.
Con amor,
Mariana
