El comienzo de un viaje que no imaginé: ser mamá de Astromas
Nunca imaginé que la maternidad me llevaría tan lejos. No hablo de kilómetros, sino de universos.
Ser mamá de Thomas, o de Astromas, como muchos lo conocen, ha sido un viaje lleno de preguntas, descubrimientos, lágrimas, y una ternura inmensa que a veces duele y a veces salva.
No es el viaje perfecto de los libros… ni el que te cuentan en los grupos de crianza. Es un viaje lleno de descubrimientos, de desarmarse para volver a armarse, y de entender que el amor profundo, lo puede todo.
Cuando Thomas empezó a hablar del espacio, era apenas un niño pequeño, tenía menos de 2 años. Balbuceaba nombres de planetas con una claridad que me sorprendía, hacía preguntas imposibles y se quedaba observando el cielo como si estuviera recordando algo.
Al principio pensé que era solo una curiosidad más, una etapa pasajera. Pero nos dimos cuenta de que no, no era solo curiosidad: era pasión, una necesidad profunda de entender cómo funciona todo. Había algo distinto en su forma de mirar, de conectar, de absorber el universo.
Yo, que siempre fui observadora y creativa, me encontré sin respuestas. Lo que estaba viendo no era simplemente un niño curioso, sino un niño que pensaba distinto, que sentía distinto, que vivía en un nivel de intensidad que el entorno no siempre entendía.
Hubo días de frustración, de sentir que no sabía cómo acompañarlo (y todavía sigue pasando).
De ver y aceptar cómo el sistema educativo no tenía espacio para su forma de aprender. De escuchar frases como “es que no se concentra”, “es muy intenso”, “tiene que adaptarse”, “hoy no se salvó ni uno”, mientras yo pensaba: ¿Y si no es él quien debe adaptarse? ¿Y si son ustedes los que tienen que cambiar?
En ese proceso me quebré muchas veces, lloré en silencio frente al computador, buscando respuestas que nadie parecía tener. Y sin embargo, en medio de todo ese caos, Thomas seguía brillando. Seguía mirando al cielo, hablando del universo con una claridad que a veces me hacía olvidar todo lo demás.
Entonces empezó el otro lado del viaje, el de las consultas, las evaluaciones, los informes llenos de palabras nuevas que uno aprende a pronunciar con el corazón apretado: “doble excepcionalidad”, “perfil disarmónico”, “desorden del procesamiento sensorial”, “TDAH”… palabras que llegan cargadas de incertidumbre, pero que también abren puertas.
Y ahí nació Astromas.
Nació como una forma de acompañarlo, pero también como una forma de sanar. De convertir todo lo que nos dolía en algo que pudiera inspirar a otros. Nació de la necesidad de crear un espacio donde él pudiera ser quien es. Donde el brillo no fuera demasiado, donde la intensidad no asustara, donde la curiosidad fuera celebrada.
Astromas no es solo un proyecto ni una cuenta en redes. Astromas es su universo… pero también el mío. Es nuestro lenguaje compartido. Es la manera en que él y nosotros exploramos el mundo, su mundo, y lo compartimos con los demás.
Aquí no hay perfección, pero hay verdad. Hay curiosidad, asombro y una búsqueda constante por entender y por enseñar. Aprendimos que la neurodiversidad no es un obstáculo, sino una manera distinta y profundamente valiosa de habitar el mundo.
Hoy miro hacia atrás y veo cuánto hemos crecido. Veo cómo cada pregunta, cada “etiqueta”, cada lágrima, nos llevó a construir un espacio donde Thomas puede ser exactamente quien es: un niño que ama el universo y que, sin saberlo, también nos enseñó a mirar hacia arriba otra vez.
Eso es lo que hace la maternidad cuando te atraviesa de verdad: te transforma. En este proceso, entendí que no vine a enseñarle a mi hijo sobre el mundo… sino que él vino a enseñarme a mí sobre el universo.
No ha sido un viaje perfecto. Ha sido un viaje real.
Si estás leyendo esto, quizás también estés criando a un niño que desafía las reglas, las etiquetas y los manuales… quiero decirte que ¡eres afortunada!
Aquí hay espacio para ti también.
Bienvenida a constelación Astromas.
Con amor,
Mariana
